El verano vuelve y con él el infierno anunciado. Otra vez, el paisaje se transforma en ceniza, el aire en humo y el silencio roto por las sirenas. El flagelo de los incendios no es solo un accidente climático. Es demasiadas veces fruto de la mala intención humana, de la negligencia y de la codicia. Mientras discutimos causas y responsabilidades, las llamas devoran lo que hemos tardado décadas en crear y siglos en heredar.
Hubo un tiempo en que los montes tenían guardianes. El resinero no era solo un trabajador que extraía resina de los árboles, era el celador silencioso de un ecosistema que sostiene la vida del mundo. Limpiaba el matorral, cuidaba la salud de cada árbol, conocía cada rincón del bosque. Su presencia diaria era un disuasorio natural contra quienes querían destruir este bien de la humanidad. Hoy, esta profesión ha desaparecido casi por completo, como tantas otras ligadas a la tierra, víctimas del abandono rural y de la evidente desidia política. Hemos perdido más que un oficio, hemos perdido ojos y manos que cuidaban de nuestra naturaleza. ¿Dónde está la sostenibilidad tan proclamada? ¿Sabe lo que es el “greenwashing”? Pues también existe el “sustainability washing” y se practica más de lo que se imagina.